¿Dónde estoy?

Me quisiste a bocajarro. Fue imposible no morir en el intento.

1.10.12

Vacío


Me clavé una pequeña piedra en el pie al salir a la calle. Supe entonces que iba a ser un mal día. Acaricié la rojez del talón con mimo y me pregunté cómo algo tan imperceptible podía hacer tanto daño. Aunque bien pensado, es una pregunta que nos hacemos a diario, ¿no?
El barrio todavía dormía cuando me uní a su silencio. El sol perfilaba las sombras de los árboles sobre el asfalto y entre un recuerdo y un suspiro maldije que todo, absolutamente todo, me recordara a él. La luz naranja del amanecer encendió esa parte de mi mente que guardaba nuestros despertares: Los primeros rayos de sol irrumpiendo en la habitación, su forma de abrazarme mientras susurraba "buenos días". Y esas milésimas de segundo en las que el tiempo se enredaba en las sábanas para que pudiéramos entretenernos en nuestras caricias.
Otro suspiro.
Me acerqué al buzón con paciencia, a mi ritmo. Realmente no quería hacerlo y esa fuerza tiraba de mí hacia el interior de la casa. Pero finalmente lo hice. Lo abrí. Y...

Vacío.

Vacío otra vez. "¿Por qué no me llamas?" Le pregunté una vez en una de mis cartas. "Prefiero esto, es más romántico". Creo que fue la excusa más bonita que me han dado jamás. Pero en el fondo seguía siendo eso, una excusa. Una excusa con efecto anestésico. Me alejaba tan dulcemente que para cuando el cordón que nos mantenía unidos se rompiera por completo, yo ya estaría demasiado lejos de él como para reaccionar.

Entré en casa con el vacío del buzón incrustado en la conciencia. "Eres una tonta", repetía una voz dentro de mí. Yo intentaba acallarla con más excusas, pero no soy de las que se engaña tan fácilmente. O al menos ya no lo era.
Me senté en la mesa y reflexioné unos minutos junto a mi café, ya frío. Había desperdiciado tantos cafés a lo largo de aquellas dos semanas que seguir esperando una respuesta suya no me compensaba económicamente. Llegó entonces el momento de comprarme unos zapatos bonitos y dejar de clavarme las piedras del camino.

Rasgué la pluma con tanta impotencia como si le tuviera delante en ese instante:

"A veces creo que lo más triste de mi vida es darme cuenta de que los demás han aprendido a vivir sin mí. De alguna forma necesito que alguien dependa de mi ayuda, mi compañía o simplemente mi recuerdo. Saber que piensas en mí y te preguntas cómo serían las cosas si no hubieran tomado este rumbo seria suficiente. Pero eso no voy a saberlo jamás.
Algunas tardes, cuando vuelvo a casa en el autobús, me gusta imaginar que te veo por la calle. Que has vuelto por fin y me reconoces, me miras y yo te dedico la sonrisa más sincera que soy capaz de componer. Y entonces te hago ver que no estoy enfadada, que no hay rencor. Que, simplemente, te necesitaba.
Cuando era pequeña tuve un pájaro. Me gustaba abrirle la puerta de la jaula para que revoloteara por mi habitación y no se sintiera preso dentro de aquellos barrotes. Una de aquellas veces se me olvidó cerrar la ventana y salió volando por ella, hacia el cielo. Yo me senté en el alféizar durante días, esperando a que regresara. Mi padre me tomó entre sus brazos y me explicó que no volvería, que, por más que lo quisiera, se había marchado y yo tenía que aceptarlo. No quise creerle. "Me quiere", le decía, "como yo a él. Y encontrará la forma de volver". Pero, ¿sabes qué? Jamás lo hizo. Y tuve que entenderlo a través de mi propia decepción. Supongo que meterle una idea al corazón es complicado, y más cuando no quiere creerla.
Antes creía que tú eras ese pájaro.
Pero hoy, cuando la decepción ya me había abordado antes de abrir el buzón, me he dado cuenta de que ahora ese pájaro soy yo. Hace mucho tiempo que abandoné la esperanza y de verdad pensaba que algún día volvería, que tú la traerías de vuelta. Pero hoy por fin, como aquel día cuando sólo era una niña, he comprendido que jamás volverá. Que las cosas jamás volverán a ser como antes y no tiene sentido que siga esperando que ese sentimiento vuelva, a que mi yo de cuando nos conocimos regrese. Tengo que cerrar la ventana y aprender a vivir con ello. Y realmente temo no encontrar una forma de curar este dolor, ahora esa sensación me oprime la garganta. Pero no puedo seguir esperando. Porque aunque mi esperanza en ti se haya marchado, el sol volverá a salir mañana. Puede que vuelva a reencontrarme en cualquier esquina, en un cine, en el bar. Y entonces volveré a encontrar las fuerzas para sonreír. 

Sin ti".

La guardé en el sobre sin volverla a leer.
Tiré el café.
Salí a la calle a tomarme un chocolate en un bar. Y comprarme un pájaro a la vuelta.



Aprovecho esta entrada para informaros de que mi novela "Amor y hacer el amor en Londres" ya se encuentra a la venta en territorio español. Podréis encontrarla en las grandes superficies de las principales ciudades españolas, como Fnac o La Casa del Libro.
Estoy muy, muy ilusionada (:


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3 comentarios:

  1. Me gusta, y sobre todo, enhorabuena por el libro!:)

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  2. En absoluto me molesta, mil gracias por avisar de la errata! ;)

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  3. Me encanta como empieza.

    ¡Me alegro mucho por lo de tu libro! ¿Me lo firmarás o qué?

    Un saludo.

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