¿Dónde estoy?

Me quisiste a bocajarro. Fue imposible no morir en el intento.

24.5.12

Canela

El olor a canela se mezclaba entre nuestras respiraciones.
- ¿Sigo castigado? -Pregunté. Y el frío de su mirada congeló el aroma de la habitación.
- No lo sé, tendré que pensarlo un poco más.
- ¿Cuánto? Me muero por besarte.
- Hasta que dejes de ser un idiota.
Pero la silueta de su hombro encajaba perfectamente con la curva de mis dientes, ansiosos por hundirse en su piel. Su pelo. Dios. Su pelo... El color caramelo de sus rizos me invitaba a entrelazarlos entre mis dedos, jugar con cada uno de sus mechones, dejarlos caer en cascada sobre su pequeño cuello. Que olía a canela... ¡Toda ella era un desafío a mi vulnerabilidad! Un canto de sirena a mi lujuria, la manzana de Adán, Medusa... Y yo nada más que un crío al que le habían subido la piruleta al último estante.
- Por favor... -Supliqué. Y es que es la primera y más humillante verdad sobre los hombres: dejaríamos nuestro orgullo enterrado en el fango por beber la miel de sus labios. Aunque fuera acariciar el final de sus pestañas con la yema de los dedos.
Tenía el control. Ella siempre tenía el control.
Y lo sabía.
Las palabras no sonaron pero sus pupilas, pícaras golondrinas, me dijeron que ya se había divertido bastante. Ya tenía lo que quería. Y...
- Ven. Te levanto el castigo.
- ¿Para siempre?
- No.
- ...
- Los besos siempre son mejores después de haberte hecho sufrir.


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¿Me das un poquito de lo que desayunas?