¿Dónde estoy?

Me quisiste a bocajarro. Fue imposible no morir en el intento.

10.10.11

No, espera, no arranques.

- Abróchate el cinturón, anda, que vienen curvas.
Hice caso a regañadientes y resoplé con fuerza para que pudiera escucharlo.
- ¿Puedo poner al menos algo de música? -Refunfuñé. Él asintió con la cabeza y le di al play a sabiendas de la canción que iba a sonar. Su gesto cambió cuando la melodía llenó el coche.
- Es inútil, déjalo. -Y paró la música.
- Quiero escucharla. -Volví a darle al play.
Me giré hacia la ventanilla y lloré en silencio cada una de las palabras que bañaban aquellos versos. Las estrofas se despedazaban en mi interior, mi corazón las desmenuzaba con tristeza y calma, relamiéndose en cada uno de los momentos que llegaban a mi recuerdo. Él mantenía la mirada fija en la carretera, impasible. Con las manos apretando el volante con más fuerza de la necesaria.
La canción seguía torturándonos en mitad de aquel silencio.
- Sé lo que estás pensando... -Dijo al fin.-Y no vale la pena volver a hablar de ello. Te dejaré en tu casa... Y se acabó, ¿de acuerdo?
- No te he pedido otra cosa. -Sentencié con dureza, pero por dentro me estaba derritiendo como un bloque de hielo al sol.
El camino se hizo interminable, agónico. Cada kilómetro se alargaba en una eternidad que no tenía pensado dejar de machacarme, al igual que sus ojos. Su mirada me atravesaba con facilidad esquivando mis súplicas. No iba a darme la oportunidad de despedirme y yo era tan estúpida que tampoco iba a pedírsela.
- Hemos llegado. -Frenó el coche y posó sus manos sobre las rodillas, nervioso, pero convencido.
- Gracias por traerme a casa.
- Era lo menos que podía hacer.
Hice ademán de salir del vehículo con la esperanza de que me detuviera y me besara una última vez. Pero por más que intenté alargar aquel momento, su intención de ignorarme con toda su indiferencia no iba a cambiar. Pegué un portazo y busqué sus ojos a través de la ventanilla, no era posible que fuera a marcharse sin más, con la frente alta y el pecho hinchado de orgullo. Pero lo hizo. Arrancó aquel estúpido trasto y se alejó carretera abajo con la música todavía sonando. Con mi esperanza todavía caliente, enganchada en el cinturón del copiloto.

Fotografías (nuevas imágenes de Londres): http://www.flickr.com/photos/roxyvarlow

9 comentarios:

  1. A ella en ese mismo instante se le habría roto el corazón, en mil pedazos.

    Qué duro. Magnífico, como siempre :)

    ResponderEliminar
  2. El orgullo nunca lleva a ningún lado.
    Me ha gustado mucho, un texto con mucha intensidad y presión.

    ResponderEliminar
  3. Qué triste. Pero lo cierto es que la esperanza es lo último que se pierde, ¿no? Así que puede que él acabe tragándose su orgullo y regrese a buscarla :)

    ResponderEliminar
  4. Genial, he podido sentir lo que sentía ella al ver el coche alejándose, que malo es el orgullo...
    Un beso gigante Roxy :)

    ResponderEliminar
  5. El estúpido orgullo, ese que solo es capaz de quebrar corazones y matar esperanzas.
    Triste historia, pero muy buena.

    Que estés bien.

    ResponderEliminar
  6. "El orgullo siempre viene antes de la caída"
    Un texto bellísimo.
    Cuánto daño puede hacer un silenció o una mirada al frente cuando tus ojos están suplicando que te miren porque en ellos está escrito todo... Muy trite, pero completamente real y, como siempre, perfectamente contado.
    Un beso. =))

    ResponderEliminar
  7. Ya volverá arrastrándose, tu tranquila :)

    ResponderEliminar
  8. Lindo. Me conmovio mucho, y acabo de darme cuenta que tienes esa facilidad. Con apenas unas lineas conmueves, y eso es maravilloso!

    ResponderEliminar

¿Me das un poquito de lo que desayunas?