¿Te das cuenta del momento en el que has llegado?

No quería que me viera llorar, no después de la descarga que había sentido en el pecho tras cruzarme con su mirada. Me agaché junto a la cama y deseé con fuerza hacerme invisible, apreté los párpados hasta marearme, hundiendo los dedos entre mi pelo y sintiendo cómo las lágrimas descontroladas corrían por mi piel, frenéticas y suicidas. En mi cabeza todo se nublaba a una velocidad de vértigo, que me apretaba las entrañas y me hacía perder la noción de la realidad. ¿De verdad todo aquello estaba sucediendo? El dolor era intenso, pero las ganas de seguir viviendo lo eran más todavía. Y no sabía si me mataban más las heridas abiertas o el esfuerzo que estaba haciendo por intentar cerrarlas. Como si después de precipitarme desde un noveno piso intentara llegar al hospital por mi propio pie. Escuché abrirse la puerta y mi respiración se paró en seco, pero mi corazón seguía palpitando con tanto ímpetu que estoy segura de que me encontró gracias a sus latidos.

- ¿Qué te pasa...? -Se agachó rápidamente y me sostuvo la mano, secó mis lágrimas y arrastró con ellas todo el maquillaje tras el que pretendía esconderme. No pude escapar de sus pupilas, no podía mentirle a aquellos ojos que sólo buscaban mi consuelo.

- ¿Te das cuenta del momento en que has llegado...? -Musité mientras todavía sentía deslizarse algunas lágrimas por mis mejillas. -No podrías hacerte una mísera idea del huracán que has traído a mi vida.

- No te entiendo...

- Me haces feliz. Y eso me asusta. -Reí. Reía por no llorar, ¡lloraba por no reír! No comprendía nada de lo que mi interior me estaba gritando. Yo misma me hablaba en un idioma extraño que no descifraba, yo sola me hundía en mis pensamientos y me enredaba en una tela de araña pegajosa de la que me moría por escapar. Pero no sabía cómo. -A veces sólo quiero que me cojas de la mano y me saques de aquí. Que tires de mí porque ya no me quedan fuerzas, que me rescates y acaricies mis cicatrices, me susurres al oído y me convenzas de que todo va a ir bien... Pero eso es pedirte demasiado, es exigirte algo que no tienes por qué darme, que no tienes por qué hacer. Y aun así... Aun así sé que lo harías. Y en el fondo no sé si quiero.

Agaché la cabeza y volví a cerrar los ojos, me ahogaba intentando sofocar mi llanto y tranquilizar mi respiración, pero no sabía cómo. No cuando él continuaba quemándome con su mirada, calentando mi alma. Me perdí en mitad de aquella habitación y no supe si correr o desplomarme allí mismo, desear desvanecerme. Por suerte él se sentó a mi lado, me rodeó con el brazo y besó mi cabeza con dulzura. Y en aquel momento las redes que me comprimían se aflojaron, las lágrimas se evaporaron. En medio del laberinto un pequeño rayo de luz trajo algo de claridad a mi cabeza... Y es que, todo seguía oscuro. Pero él estaba conmigo.

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