¿Dónde estoy?

Me quisiste a bocajarro. Fue imposible no morir en el intento.

6.9.10

2/365 Su amor era como un bucle.

La cité donde siempre: al final de la avenida justo bajo la vieja noria. Odiaba que nos encontrásemos ahí, decía que le recordaba a mí y que de ese modo le sería imposible olvidarme. Yo le contestaba que aquella maldita noria se veía desde toda la ciudad, ¿¡cómo pretendía olvidarse de mí siendo lo primero que ve por la ventana al despertarse!? Sabía que en el fondo no quería. Y yo tampoco, por eso la cité donde siempre.
Estaba preciosa. Cuando llegué la vi de lejos arreglándose los guantes tal y como lo hacía cuando se ponía nerviosa. Iba a echarme la bronca por llegar tarde, lo sé, pero el regalo de verla un instante desde la distancia y apreciarla al natural, no podía negárselo a mi corazón. Cuando me vio, cruzó los brazos y taconéo impaciente el suelo lleno de hojas. El otoño estaba muriendo, al igual que nuestro amor. Me acerqué con una media sonrisa y aguardé los reproches que llenaban su boca.
- Dime, ¿qué quieres?
- Solo verte un rato.
- Eres incorregible.
- Te invito a un helado.
- Estoy a dieta.
- Pues demos un paseo.
- Me duelen los pies de los zapatos.
Había algo a lo que no podía negarse:
- Subamos a la noria.
- ¿Qué? Ni hablar. Juré que no volvería a subir contigo. Además, sabes que me marea. No tendría ni que haber venido...- La agarré del brazo antes de que pudiera escapar y, como la presa que se enamora de su cazador, no hizo fuerza para librarse de mi trampa.
- Vamos, Alice...
Suspiró y la brisa jugó con su pelo, trayéndome a la nariz el perfume que aún dormía en mi almohada.
Dentro de la que fue nuestra cabina, aquella en la que siempre subíamos y que tenía nuestras iniciales escritas en los asientos, evitamos mirarnos y dejamos nuestra mente vagar a través de la ventanilla. Antes de que pudiera negarse, sujeté su cara de porcelana entre mis manos y la besé como en nuestra primera cita. Deseando que no me apartara de un manotazo, esperando que el viaje durara para siempre... Y me devolvió el beso, cerrando con fuerza los ojos y acariciando mi espalda como solía hacerlo.
- Es la última vez que subo contigo a esta maldita noria...- Susurró con lágrimas en los ojos. Yo le acaricié el pelo con cariño.
- Lo sé, mi vida... Igual que el mes pasado.



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5 comentarios:

¿Me das un poquito de lo que desayunas?